Detrás del café hay un proceso de empoderamiento de quienes fueron despojados de sus tierras. Antes de que los cítricos llegasen a su mesa, hubo una familia empresaria del campo. Relatos de la restitución de tierras en Montebello, Antioquia.
Rumbo a La Pintada, Antioquia, por la transitada carretera de Minas, hay una vía angosta con curvas pronunciadas que traza un camino entre montañas. Esa ruta de neblina y paisajes arbolados lleva a Montebello, un municipio 83 % rural en el que sus habitantes viven del campo.
Su historia ha sido agreste como su geografía. Sus pobladores fueron desplazados por el conflicto armado, despojados de las tierras. El sol de la esperanza solo retornó a las fincas en 2011, con la creación de la Unidad de Restitución de Tierras (URT), año en que las familias emprendieron diferentes procesos administrativos y judiciales para reclamar lo que les pertenece: su pedacito de campo.
Diez años después, ese esfuerzo comienza a materializarse. En Colombia han sido atendidas 73.000 personas, beneficiarias de la restitución de 400.000 hectáreas: regresaron a su terruño y en compañía de la URT establecieron proyectos productivos de cultivos de café, cítricos, yuca, granjas apícolas y de ganado, y otras, gracias a las que pasaron de ser víctimas a empresarios de la tierra.
“Buscamos que los beneficiarios tengan un proyecto productivo lícito que les permitan tener sostenibilidad dentro de su territorio. Estamos exportando cafés especiales, pimienta del Putumayo y otros productos que salen de las tierras que han sido restituidas”, cuenta Andrés Castro Forero, director de la URT.
Un cable de críticos, la idea de Fabián
Tenía que bajar a Medellín a montar en Metro Cable. Necesitaba recorrer el transporte aéreo una y otra vez, sin contar los viajes, hasta descubrir cómo una viga y un cable transportan cubículos con personas suspendidos en el aire. A Fabián Tobón entender el teleférico lo llenó de curiosidad: desde su tierra restituida en Montebello se dio cuenta que no podría seguir cargando al hombro las decenas de bultos que sacaba de las tierras de su familia.
Seis hectáreas de suelos inclinados conforman su finca, la que tuvo que abandonar en 2003 por el conflicto. Solo fue hasta 2011, cuando el Estado recobró el dominio sobre el territorio, que los Tobón decidieron retornar a casa: presentaron su caso a la URT y comenzaron una espera de seis años, que culminó en 2017 cuando un juez ordenó la restitución de sus tierras.
Acordaron sembrar cítricos como su proyecto productivo. Comenzaron con 100 plántulas de limones que tardaron dos años en robustecer para dar fruto. Ahora tienen 1.200 palos entre limones, mandarinas y naranjas y otros 12 mil de café que es comercializado a marcas del Oriente de Antioquia. Los frutos los llevan hasta la Central Mayorista, carga que venden por kilo porque, a bultos, “no es negocio”, como dice Fabián.
Ese pesado volumen que transportaba a cuestas lo hizo viajar al Metro Cable. Montó toda una tarde para descubrir cómo ese grueso estrinque atado a un poste movía pasajeros de un lado a otro. Entonces, llevó esa idea a su finca, armó una garrucha artesanal y comenzó a trasladar la carga desde el cañón del monte hasta el filo, donde está su casa.
Esa garrucha ha transportado hasta 400 kilos de productos y, a veces, cuando el cansancio de la cosecha impide subir, él mismo se monta en su telecabina para llegar hasta la casa donde juntan los frutos para llevarlos al casco urbano, pagando un flete de $6.000 a un camión que los traslada al punto de distribución.
Los Tobón son afortunados: hacen parte del grupo de cinco mil beneficiados en Antioquia con 18 mil hectáreas restituidas. Otros 22 mil aún aguardan a que sus proyectos encuentren un curso en los folios de la justicia. Virgilio Garzón, alcalde de Montebello, señala que cuando los campesinos sacan sus productos esto se refleja en la economía de la zona urbana del municipio. “Las comunidades se están haciendo profesionales del campo, son emprendedoras y con su trabajo permiten que el municipio se desarrolle”.
Una historia de café en cuatro generaciones
“Yo, desde que tengo conciencia, he trabajado con el café, tomado café y vivido del café”, así comienza Deisy Julieth Vanegas, gerente de Café Sabanitas, su relato de empresaria de la tierra. Pertenece a la tercera generación de una familia de cuatro generaciones que fue desplazada y despojada de sus tierras por la violencia.
Dejaron su pedazo de montaña en 2008 y retornaron en 2015, cuando fueron beneficiarios del proceso de restitución con el que constituyeron tres proyectos productivos acompañados por la URT, “unos amigos que nos han apoyado mucho”, como les dice.
Tenían las plantas de café, el proyecto de su mamá consiguió un belcosub capaz de procesar la proporción de su cosecha; luego, llegó la sentencia de su tío con el silo de 150 roas para secar el grano; y sus abuelos sellaron la compañía al recibir el dinero para comprar aparatos para la tostión.
Deisy impulsó a su familia a emprender y esa veintena de personas con apellidos la empujaron a liderar el proceso. Es técnica en administración de empresas agrícolas cafeteras del Sena, está por graduarse como tecnóloga en producción agropecuaria y entre caminatas por los cafetales, revisiones al proceso de tostión y las catas que hace con su hermano prepara reuniones con organizaciones de Medellín para implementar una nueva estrategia publicitaria.
Ya exportan a Reino Unido, Australia, la Unión Europea y otros destinos de Asia, consolidaron una cadena completa en el sector del café, crearon una empresa familiar y, lo más importante, recuperaron su tierra.
– Entonces, ¿cuál es sueño?
– “Mantener el mercado y que, si por favor, por Dios bendito, no nos vuelve a tocar la violencia”.
Deisy y su familia son productores tecnificados. Sus abuelos son los patriarcas de la tierra, los jefes detrás de su gerencia, la inspiración a que su taza atraviese los océanos. Cuando una tierra es restituida, sobre todo en escenarios como el de Montebello en el que todo un municipio está involucrado con estos procesos, su precio sube entre el 10 % y el 30 % en un periodo de siete años, en una curva de valor que inserta a las tierras en el marco legal.
Café de mujeres emprendedoras
Rosa Cruz selecciona café con su nieta Rosa Castañeda. En un mesón de metal riegan el grano que llega de las fincas de Montebello para distinguir las semillas: las negras y aporreadas, “mallugadas”, como les dicen, se botan, y dejan las más uniformes para pasarlas a tostión. De la lupa de las Rosas de Montebello depende la calidad de la taza que comercializan para Antioquia.
Cruz tiene 89 años y hace parte de Amem, la Asociación de Mujeres de Montebello con herencia cafetera que creó la marca Café Artesanal Montebravo. Llegó a esa comunidad en 2009, entre tejidos y charlas encontró un qué hacer, hasta que en 2013 se concretaron los primeros procesos de restitución de tierras, con los que les acompañaron para emprender: selección de la actividad productiva, estímulo para comenzar el negocio y asesoría para tener una planta que cumple con los estándares nacionales de elaboración de café.
“Teníamos la materia prima y necesitábamos transformarla. Cogimos el producto, le dimos un valor agregado y vimos que nos daba más rentabilidad que el oficio que hacían nuestros padres de solo vender los bultos”, cuenta Maria Disley Cañaveral, socia fundadora. Esa empresa genera ocho empleos directos en la planta y otros indirectos en las fincas, de los que el 67 % son de mujeres que recuperaron su territorio. Entre mujeres que trabajan con sus manos dentro de bultos de café se perfecciona el grano del primer proyecto de restitución de tierras de Montebello.
Un edificio gris de dos niveles con 12 bodegas es su oficina. Trabajan por hora cuando hay cosecha: el bulto llega de la finca, se almacena, pasa a selección y tostión hasta llegar al empaquetado, desde donde el producto es llevado a una calle arriba del parque principal del municipio, a la tienda en que lo comercializa. Otros más se distribuyen por Antioquia.
Gracias al café, Rosa Cruz tiene un trabajo y su nieta Rosa Castañeda asegura sentirse “útil”, porque antes no había laborado por una condición especial que tiene en su mano derecha. Maria Disley, la socia fundadora, lleva a su hija María Ángel, de 7 años, a seleccionar café cuando ella termina sus clases de segundo de primaria, y, así, le enseña el oficio que aprendió de su madre y espera que ella emprenda en su adultez: vivir del café en la tierra que es su hogar.
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