China sigue moviendo sus fichas estratégicas en el tablero global, fortaleciendo lazos con América Latina y reforzando su presencia en África, para consolidar su posición frente a su principal rival comercial, Estados Unidos.
Una de sus jugadas más recientes fue el anuncio de la inyección de US$50.000 millones en África y la eliminación total de aranceles para los países menos desarrollados del continente. Así lo anunció el presidente chino, Xi Jinping, durante el Foro de Cooperación China–África 2024, celebrado en Beijing, un evento que reunió a jefes de Estado de 53 países africanos y al secretario general de la ONU, António Guterres.
China trazó una ruta con los países africanos para los próximos tres años que comprende de 10 acciones. Para cumplir con estos compromisos, se destinarán US$29.000 millones en créditos, US$11.000 millones en asistencia y US$10.000 millones para fomentar inversiones empresariales chinas.
La estrategia de China no solo busca fortalecer las relaciones comerciales, sino también abrir las puertas de su mercado como nunca antes. Xi Jinping destacó: «Hemos decidido otorgar el trato de arancel cero para el 100 % de las líneas arancelarias a todos los países menos desarrollados con relaciones diplomáticas con China, incluyendo 33 países africanos».
Esta movida de China no pasa desapercibida y deja una pregunta flotando: ¿qué busca realmente? Con una sólida posición como el mayor socio comercial de África, China no solo está reforzando los lazos con el continente, sino también apostando fuerte por liderar un modelo de modernización sostenible.
Recomendado: China vs. Estados Unidos: la batalla por el dominio económico global
Claro, este enfoque no es solo altruismo; también reconfigura las reglas del juego global, desafiando la manera en que tradicionalmente se han manejado las relaciones comerciales desde Occidente.
Para Beijing, esto no es solo comercio: es parte de su visión de un «futuro compartido», un plan donde las alianzas van más allá de mover mercancías y se convierten en puentes para el desarrollo, la estabilidad y el crecimiento mutuo.
En el fondo, China está construyendo algo más grande: una narrativa en la que su influencia global se presenta como un modelo alternativo, menos condicionado por las políticas tradicionales de las potencias occidentales, y más enfocado en la cooperación estratégica y ganar – ganar.
María Sanhueza, analista política, señala que: «Se puede concluir que tanto China como América Latina buscan trascender el ámbito comercial hacia una relación cultural más sólida. Esto, además, serviría para contrarrestar la fuerte narrativa «anti-China» promovida por países occidentales, especialmente Estados Unidos, que aún tiene una gran influencia en la región».
El nuevo puente marítimo entre China y América Latina
Por los lados de América Latina las cosas también se están moviendo a toda máquina. El presidente de China, Xi Jinping, hizo una gira por dos países latinos, Brasil y Perú, en el marco de la cumbre del Grupo de los 20 (G20) y el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), teniendo como sedes a Brasil y Perú, respectivamente.
Junto a su homóloga peruana, Dina Boluarte, Xi cortó la cinta del megapuerto de Chancay, un proyecto que promete convertirse en una autopista marítima entre Perú y Asia bajo la famosa Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI).
Con su construcción, enviar mercancías a China será un viaje de solo 23 días, comparado con los actuales 40. Además, los costos logísticos caerán como fruta madura, con un ahorro de al menos un 20 %.
Sanhueza afirma que China ya ha ganado una posición importante como principal socio comercial de la región, consolidando un peso relativo indiscutible en este ámbito: «Este avance ocurrió principalmente en las últimas dos décadas, mientras Estados Unidos concentraba sus esfuerzos en Oriente Medio, desviando tiempo y recursos de América Latina. Tanto gobiernos de derecha como de izquierda reconocen transversalmente a China como un motor clave para el dinamismo y el crecimiento económico».
La puerta peruana para China
Ubicado a unos 80 kilómetros al norte de Lima, Chancay es mucho más que un puerto; es una conexión estratégica que enlaza el océano con la Carretera Panamericana, esa gran columna vertebral que recorre el continente de punta a punta. Con capacidad para manejar más de un millón de contenedores al año, este puerto promete ser un motor económico que generará 8.000 empleos directos y US$4.500 millones en ingresos anuales para Perú.
Además, cuando los 15 muelles entren en marcha, el puerto se convertirá en el primer lugar en Sudamérica capaz de albergar buques de transporte demasiado grandes para pasar por el Canal de Panamá.
«Vamos a tener rutas directas a Asia, especialmente a China. Antes, el mango peruano llegaba a su destino tras 34 días en alta mar, casi tan maduro como para un batido. Ahora podrá conservar su frescura», explicó Ángel Manuel Manero, ministro de Agricultura y Riego de Perú.
Para Perú, un país exportador de productos agrícolas, este cambio es vital. Pero el impacto no termina ahí: Chancay está llamado a ser un centro logístico clave que acerque a América Latina y Asia.
Este megapuerto es solo una pieza en el tablero del comercio global, pero promete mover muchas fichas. Desde exportadores peruanos hasta consumidores asiáticos.
La analista política destaca que China, al no buscar injerencia política, ofrece una ventaja comparativa para América Latina al negociar acuerdos, lo que permite una relación más equilibrada.
“Si bien se habla mucho del «soft power» chino, América Latina sigue siendo un terreno en disputa para las superpotencias debido a sus vastos recursos naturales. En este sentido, Estados Unidos mantiene una ventaja considerable, con una presencia militar establecida, una historia de intervencionismo político, y una influencia cultural profunda a través de medios de comunicación y sistemas educativos”, apuntó María Sanhueza.
Y concluye: “En comparación, China aún carece de la infraestructura y la base política necesarias para ejercer un control. Sus esfuerzos se centran en contrarrestar la narrativa «anti-China» promovida por las potencias occidentales, priorizando el ámbito económico sobre el cultural o político. Sin embargo, a medida que los conflictos geopolíticos se intensifiquen, esta estrategia podría evolucionar”.